Más de 20 años dedicó Jaime Celis al Estadio Municipal de La Pintana, donde fue mucho más que un canchero: fue un compañero entrañable, un maestro generoso y un símbolo de trabajo silencioso y dedicado. Este jueves, con profunda tristeza, despedimos a uno de los históricos de nuestra comuna.

Jaime hablaba con orgullo de su oficio. “La cancha es mi vida”, repetía con emoción, incluso cuando su salud comenzó a deteriorarse y ya no podía asistir con frecuencia al estadio. En esos momentos, recibía el cariño directo de la comunidad, incluida la alcaldesa Claudia Pizarro, quien lo visitaba en su hogar junto a su esposa.

Jaime no pasó por la universidad, pero sí por la escuela del trabajo honesto. “Yo traía el oficio de Agronomía. Postulé a un cargo universitario por medio de un concurso y esos conocimientos me permitieron ayudar en el estadio en cosas que me parecían correctas”, contaba con orgullo. Su mirada experta transformó el césped de La Pintana en un referente nacional.

Uno de los momentos que marcó su trayectoria fue la visita del técnico Marcelo Bielsa:
“Él vino a ver un partido y no teníamos dónde meterlo. Lo hicimos en una cabina chiquitita. Bajó, miró todo, pasó desapercibido, nos dio la mano y nos felicitó por la cancha. Ahí supimos que estábamos haciendo un buen trabajo”.

Un lazo fraterno con Juan Carlos Letelier

Juan Carlos Letelier, histórico futbolista chileno y actual jefe de Mantención y Fútbol profesional en la comuna, fue uno de los que más compartió con él. Juntos trabajaron codo a codo durante años en la mejora del Estadio Municipal.

“Cuando yo llegué, la cancha era un potrero de pasto natural. Don Jaime se encargaba de regar, pintar, revisar cuando le salían hongos. Me enseñó todo sobre la mantención del campo. Aprendí mucho de él, trabajamos juntos, con respeto y cariño. Lo cuidaba como si fuera de mi familia. Había días que llegaba mal y me lo llevaba para la casa para que no sufriera con la humedad. Era un viejo querible. Uno lo quería de verdad”.

La relación trascendía lo laboral. Fue una amistad tejida en la cancha, bajo el sol, con las manos en la tierra y el corazón en el barrio. “Gracias a Dios creo que se fue contento, feliz, porque nunca lo dejamos de lado”, cerró Letelier con emoción.

Una huella imborrable

Jaime Celis no fue un rostro público ni buscó protagonismo. Pero su legado queda sembrado, como el pasto que cuidó con esmero durante décadas. Hoy La Pintana lo despide con gratitud y cariño, sabiendo que su historia forma parte de lo mejor que tenemos: gente buena, trabajadora y apasionada por su comunidad.

Gracias, don Jaime. Su trabajo queda en la cancha. Su recuerdo, en nosotros.